Mi hijo llegó a esa clínica con una artritis séptica en la rodilla. A parte de eso, mi hijo estaba en perfectas condiciones físicas y emocionales. Pasados unos días, mi hijo empezó a decaer, a hincharse y ya no respondía a ningún estímulo. Insistí, peleé para sacar a mi hijo de ahí llevarlo a Medellín. Allá nos agradecieron por llevarlo. Mi hijo tenía una nefritis aguda y otras afecciones graves, adquiridas en esa clínica donde no nos daban respuesta de su decadente estado. Ese lugar no era clínica ni era nada. Gracias a Dios la sellaron.